Enriqueta González Rubín

Vida

Enriqueta González Rubín, nace el 17 de Abril de 1832, en el barrio de la Collada, Santianes del Agua, en aquellos tiempos parroquia de San Martín de Collera. 

Es hija de Bernardo González de Soto,  capitán de fragata retirado, y de Josefa Rubín González.  Su padre es de origen gallego y su madre oriunda de Salas, pero con casa solariega en Santianes.

Enriqueta había quedado huérfana de madre siendo niña y fue madre soltera a los 22 años de un niño que falleció a los dos meses de nacer.

Se caso el 22 de Junio de 1859 con Juan Echevarria Barrera, natural de Llovio,  más joven que ella y de condición humilde. Juan era hijo de Juana Echevarria, madre soltera y natural de la villa de Ribadesella.

El matrimonio seguramente se celebró obligado por las circunstancias, pues al mes siguiente Enriqueta dio a luz una niña (María Consolación, primera de los hijos de aquel matrimonio)”.

Juan José Pérez Valle, en  el número 22 de la revista "La Plaza Nueva".

Aspecto de la casa natal
Lugar donde se ubicaba el escudo de armas de la familia, posteriormente fué trasladado a Noreña

Se instalan a vivir en LLovio y posteriormente en Ribadesella. De aquel enlace nacieron ocho hijos : María Consolación (1859), María Purificación (1861), Elmina (1863), Bernardo Rogelio (1864), Obdón (1866), María Enriqueta Lía (1868), Luz Enriqueta (1871) y Quirina Juana Enriqueta (1873).

De todos ellos, Purificación y Obdón fallecieron a edad muy temprana.

En 1860 muere su padre Bernardo González, dejando en herencia a sus hijos las posesiones que veremos más adelante.

Un año más tarde Enriqueta y su marido compran un molino harinero en Santianes, en el sitio de San Juan, y en 1862  arrendaron por ocho años a su hermano y cuñado Bernardo González Rubín la casa de la Collada.

En 1865  el matrimonio y sus hijos se domiciliaron en la villa de Ribadesella (calle de La Atalaya) y donde al menos en 1873 el padre de familia ejercía como empleado de Aduanas. Poco tiempo después, la familia abandona Ribadesella para trasladarse a Infiesto, donde Juan Echevarría tenía una tahona y donde ejerció de panadero. (Pérez Valle).

El 9 de Noviembre de 1877, con 45 años y a consecuencia de un cáncer, fallecía nuestra escritora, siendo enterrada en el cementerio de San Juan de Berbio (Piloña), dejando a su marido viudo con sus hijos. En 1881, muere de tifus Juan Echevarría.

La vida de los hermanos no debió ser nada fácil. Maria Consolación Echevarria falleció en 1888, residían en el Cobayu, estando a cargo de Elmina, la mayor, también madre soltera (desde 1886), lo que parece ser una constante en esta familia.

Se cree de algunos de los hijos emigran a cuba. De la familia, que sepamos hasta la fecha, solo conocemos a Miguel Aller, vecino de esta villa y nieto de Elmina.

Se ha dicho que Enriqueta habría abierto una escuela de niñas en su casa. Tanto Pérez Valle como Antón García piensan que esto no es así, ya que la dedicación a su familia y a la labor de escribir,  no le que le dejaría tiempo para ejercer esta actividad.

Lo que si sabemos es que su hermana Adelaida era maestra particular de niñas en Santianes en 1865, en lo que en el pueblo se llama “Las Casinas”, dentro de la quintana de la Collada. Este particular nos lo comenta  también un vecino de Santianes de haberlo oído a sus antepasados.

Les Casines - Escuela hermana Enriqueta

Donde vivía

D. Bernardo González de Soto y su mujer tenían en propiedad lo que se podría llamar la quintana de la Collada, en Santianes. También eran dueños de varias fincas en este pueblo, Omedina y Campos de Oba. Posesiones conocidas en aquella época como de la familia Rubín.

Para entrar en La Collada había que atravesar un arco donde existía una casa principal, el pajar, un lagar, un lagar viejo, una ermita llamada "Las Nieves" y un poco apartado varias casas pequeñas (todavía ese lugar se conoce con el nombre de "las casinas").

La casa familiar disponía de un escudo de armas, el cual, una vez vendida la propiedad, es trasladado por la descendencia a Noreña. En la fachada, arriba de la puerta hay una inscripción con la fecha de 1828, aunque se piensa que no es la original y que está bastante cambiada.

Si se rodea la casa, se ve que su volumetría es importante. En el ala oeste, se observa una pequeña ventana en forma de arco que recuerda a las ventanas de los castillos.

Muchos de las diferentes construcciones que formaban la quintana actualmente son viviendas particulares.

Otro lugar destacado es la ermita de "Las Nieves", que pasó a ser el lugar del culto del pueblo cuando en el siglo XIX la deteriorada ermita o iglesia en la zona llamada del prau San Juan (ubicaba en un lugar público) se permuta por la de "Las Nieves" pasando a ser propiedad de la quintana de La Collada la finca donde se ubicaba dicha ermita.

"Las Nieves" es destruida y parcialmente incendiada durante la Guerra Civil, construyéndose la actual iglesia nada más acabar la guerra.

Se destaca también la zona de ocio de la bolera, que según los actuales propietarios siempre fue la Bolera en el pueblo.

Obra

A Enriqueta González Rubín, su numerosa familia no le impidió dedicarse a algo que parece haber sido su gran pasión, las letras. Enriqueta escribía en castellano y asturiano, este en la variante oriental en la que resulta curiosa la utilización de la hache aspirada, hoy totalmente perdida en Ribadesella en el lenguaje habitual,  haciendo famoso en Asturias el seudónimo de “La Gallina Vieja”, aunque también firmaba como “La Cantora del Sella”,  dejándonos magnificas paginas costumbristas y poesías que denotan su amplia cultura, siendo la iniciadora del general narrativo entre los escritores en asturiano.

En el periódico El Faro Asturiano colabora asiduamente con artículos, poemas y narraciones a partir de 1860, adquiriendo una notable popularidad que se mantuvo durante muchos años. En 1864 publica en el mismo periódico una novela por entregas en asturiano y en 1875 publicó el Viaxe del Tío Pacho el Sordo a Oviedo. El resto de la obra que se conoce nos llegó recogida por Protasio González Solís, el que fuera director de El Faro Asturiano, quien en 1890 sacaba a la luz sus Memorias Asturianas en las que recogía alguna de las obras que Enriqueta había escrito para aquel periódico.

En el año 2003 la Consejería de Cultura creó, en memoria de la escritora riosellana, el Premio Enriqueta González Rubín de Periodismo en Asturiano, que se distribuye en dos categorías  periodismo escrito y audiovisual."

Revista "La Plaza Nueva", noviembre de 2006.

Podemos definir a Enriqueta González rubín como una mujer adelantada a su tiempo, que tiene clara conciencia social y de la desigual condición de mujer en su época; de ambas cuestiones deja muestra en su obra cuando reivindica la mejora de las condiciones sociales para los pobres y las mujeres, o alude con cierta crítica, no exenta de humor, a las diferencias entre ricos y pobres, lo que llama la atención máxime cuando sabemos que ella era descendiente de familia acomodada.

En el año 2009 la Semana de les Lletres Asturianes fué dedicada a nuestra escritora. La organizarán la Consejería de Cultura, el Ayuntamiento de Ribadesella y el Ayuntamiento de Llanes. Hubo varios actos como conferencias, exposiciones etc.

Ruta conmemorativa

La Sociedad Etnográfica de Ribadesella ha impulsado la creación de la ruta “Enriqueta González Rubín”, sobre el recorrido que la escritora nos narra en el texto publicado en el Faro Asturiano “Una excursión a la montaña”.

También ha promovido que en su pueblo natal Santianes del Agua se le coloque una placa y se le dedique el nombre de una plaza.

Una excursión a la montaña (El Faro Asturiano)

Era una mañana del mes de Mayo.

Mi hermano preparaba sus chismes de caza y yo estaba muy apurada preparando a mi vez su morral con los adyacentes precisos para hacer una campestre comida. Junto a uno de mis balcones bordaba una de mis amigas, encantadora joven que solía de vez en cuando embellecer mi soledad.

El sol se elevaba radiante de detrás de la montaña, los pájaros trinaban en el jardín, y las flores desplegaban sus perfumes a la templada brisa matinal

Era en fin una hermosa mañana que amenazaba con un caluroso día.

De pronto mi amiga suelta su labor y exclama dirigiéndose a mi.

-Vamos con tu hermano?

Yo me volví hacia ella entre sorprendida y risueña, y mi hermano se echó a reír.

-Ustedes., exclamó ir conmigo?

-Por qué no? Dijo la encantadora niña, tendríamos un día de placer……… recorreríamos la montaña: veríamos tantos paisajes!

-Sería usted, repuso mi hermanos, capaz de subir allí!, dijo mostrando la cumbre más alta de la montaña.

-Tanto como allí ……. ¿Qué se yo? Pero veríamos……… De seguro, añadió dirigiéndose a mí, si tú quieres, vamos.

A mi que, cuando siendo niña, subía con mis hermanos a las mas escarpadas rocas y a los mas empinados vericuetos en busca de flores, ranas y clavelinas purpúreas que brotan con profusión entre las zarzas, nada me asusto su proposición. Presté pues mi asentimiento, y nada añadí a las provisiones destinadas a mi hermano, porque mi hechicera amiga se entusiasmaba con la idea de subir a la montaña y beber en una rustica cabaña leche, que sin duda nos ofrecerían las pastoras.

Salimos, pues, muy animadas no sin que nuestro acompañante murmurase de vez en cuando algunas frases de duda sobre nuestra proyectada ascensión.

Embebidas en sabrosa plática atravesamos un espeso bosque de castaños y robles, y presto la senda llana aun se hizo escabrosa y pendiente.

Miraba yo, de vez en cuando a mi linda compañera, que contestaba a mis miradas con una sonrisa sin que en ella se notase más señal de cansancio que las rosas de sus mejillas teñidas de un vivo encarnado. Las palomas torcaces, que con profusión anidan en la montaña, nos alegraban con sus arrullos, y las sonrisas semi-irónicas de mi hermano nos animaban a proseguir la comenzada senda que cada vez se hacia más difícil.

Cuando el aire de la montaña refrescó nuestra frente, nos detuvimos a considerar el espléndido cuadro que se ofrecía a nuestra vista.

A nuestros pies se extendía el valle que acabábamos de abandonar, con sus verdes graderías pobladas de ganados, sus arboledas cuyas raíces baña el Sella, que en mil tortuosas vueltas va y viene, por decirlo así, retrocediendo para avanzar otras, dando un nuevo rodeo, sin que su cristalina corriente parezca avanzar un solo paso hacia el mar que mas lejos se descubre, como una ancha cinta azul. Navegando hacia la costa veíanse blancas naves que semejando leves gaviotas mecianse dulcemente, y algunos barcos de pescadores que solo aparecían como puntos negros de vez en cuando,  desapareciendo prestos al impulso de la encumbrada ola.

El valle aparecía encantador …. El sol radiante que lo iluminaba, los encarnados tejados que apiñados se veían entre frondosas copas de los nogales, las eras de lino que cubiertas de sus azules florecillas semejaban reducidos lagos, cuando la brisa agitaba su superficie …. El pobre riachuelo que atraviesa la llanura perdiéndose en el Sella y cuya margen poblaban las alegres lavanderas, cuyas campesinas canciones llegan aun a nuestros oídos como un eco lejano y perdido, todo esto nos impresionaba vagamente. A orillas del mar descubriase Ribadesella como una paloma dormida en un arenal, y en lontananza hacia la izquierda, vegas y valles medio ocultas tras de los picos de sucesivas montañas, de collados y oteros, y todo esto sembrado de blancas casas con la apariencia del bienestar, de humildes chozas y de extensas arboledas.

Preciso fue que mi hermano  nos advirtiese que el sol en su ascendente marcha estaba ya casi sobre nuestras cabezas. Volvimos los ojos en torno nuestro …. Una naturaleza virgen por decirlo así nos rodeaba.

Añosos robles, seculares encinas, y erguidos fresnos nacidos entre las grietas de ásperas rocas: a nuestra derecha un precipicio por el cual se despeñaba un chorro de agua que desaparecía por largo trecho entre las argomas, brezos y helecho para aparecer mas lejos y ocultarse después.

A nuestra izquierda, casi una vega sembrada de rústicas cabañas y verdes prados donde los pastores de las cercanías llevaban sus ganados a veranear. Aquellas cabañas tienen cierto silvestre atractivo: todas están rodeadas de altivos fresnos, árbol al que tienen predilección los pastores por su fresca sombra, y de otros árboles altos y hermosos a quien ellos dan el nombre de fueyes blanques (hojas blancas), sin duda porque el reverso de las hojas es blanco de modo, que cuando la brisa las mueve aparece el árbol como cubierto de nieve.

Las cabañas estaban desiertas, pues sus dueños sin duda estaban con sus ganados. Un silencio majestuoso nos rodeaba, que solo interrumpía el chillido de una águila que se cernía sobre algún cordero y el eco lejano de una hacha que algún pastor descargaba sobre el derruido tronco de un árbol, acompañándose con uno de esos antiguos cánticos que aun conservan los asturiano y cuya melancolía y monótona dulzura enternecer el corazón.

No lejos del sitio donde estábamos pacía un rebaño al cuidado de una vieja que hilaba lana: hube de soltar una sonora carcajada que repitieron los burlones ecos, cuando mi hechicera amiga se acerco a mi  me dijo al oído: “Cioto”

Cioto, como decía mi amiga volvió su semblante hacia nosotros e indicando su huso en la cinta de su saya se dirigió a nuestro encuentro: conocía a mi hermano y nos saludo con más amabilidad que era de esperar en una muger como ella. Era una viejecita que nada tenia de repugnante: limpia, aseada, de armoniosa aunque cascada voz y en cuyo semblante aun quedaban huellas de haber sido hermosa.

Entramos en su cabaña donde hicimos nuestra campestre comida, la vieja nos ofreció leche ordeñada por la mañana y nos entretuvo con su sencilla conversión.

A la hora de la siesta mi hermano cogió su escopeta, y seguido de sus perros se interno por la montaña, no nos atrevimos a seguirle y nos quedamos con la vieja que nos llevó al sitio donde había dejado su rebaño. Allí había una cristalina fuente que salía de una peña, bebimos agua recogida en el hueco de nuestras manos y jamás según decía mi amiga bebimos agua mejor, ni más clara.

Alrededor de la cabaña de la vieja había trozos de antiguos paredones, y a mi que me entusiasman las ruinas, se me figuró ver en ellos restos tal vez de un antiguo castillo feudal: pregunté a la viejecita y me dijo haber oído decir a un anciano que eran ruinas de una cabaña que tenia allí una señora de las cercanías. No me satisfizo la respuesta porque se me figuraba que eran demasiado sucesivos, demasiado alineados para haber pertenecido a una cabaña. La vieja se sonrió y me dijo: ¿parece que le gusta a Vd. las historias?

-Oh! Mucho, le respondí, cuénteme Vd. alguna mientras vuelve mi hermano.

Se sonrió tristemente, y me dijo: le contaré a Vd. la mía que no deja de tener algo de interesante ………………..

-Bueno, bueno, le contesté, mientras mi compañera batía sus manos con infantil alegría.